Giordano Bruno
Hace cuatro siglos del 16 de febrero de 1600, día en que la Iglesia
Católica ejecutó al filósofo y científico italiano, Giordano Bruno, por el
crimen de herejía. Las autoridades de la Iglesia temían las ideas de un hombre
que era conocido a través de Europa como un brillante y atrevido pensador.
Lo más característico de Bruno es su vigoroso llamado a la razón y la
lógica, en contra del dogmatismo religioso, como base para determinar la
verdad. De una manera que se anticipa a los pensadores del Iluminismo del siglo XVIII, escribió en uno de sus últimos
trabajos, “De triplic
minimoi” (1591): “Aquel
que desee filosofar, antes que nada debe dudar de todas las cosas. No debe
jamás asumir una posición en una discusión antes de haber escuchado varias
opiniones, y considerado y comparado las razones en pro y en contra. No debe
nunca juzgar o tomar una posición basada en la evidencia de lo que ha oído.
En “La cena de miércoles de ceniza” es uno de los primeros en plantear la
existencia de un Universo infinito, que contiene un número infinito de mundos
similares a la Tierra. Así rechaza los límites del sistema de Copérnico, que
postula un Universo finito limitado por una esfera fija de estrellas un poco
más allá del Sistema Solar. Bruno argumentó que el Sol no era el centro del
Universo, y que si fuera observado desde cualquier otra estrella no se vería
diferente de ellas. Incluso especuló con que los otros mundos estuviesen
habitados. Esta doctrina fue el primer y decisivo paso hacia la liberación del
hombre. El hombre ya no vive en el mundo de un prisionero encerrado dentro de
los angostos muros de un Universo físicamente finito. El Universo infinito no
fija ningún límite a la razón humana; por el contrario, es el gran incentivo de
la razón humana. El intelecto humano se entera de su propio infinito al medir
su poder con un Universo infinito.
Sus percepciones fueron una contribución importante a las ideas que
pusieron la base para la ciencia moderna. Su obstinada negación a reverenciar
la autoridad, el poder y el aparato represivo de la Iglesia Católica, la
institución de mayor alcance en sus días, sería sin duda una inspiración para
los siglos por venir.
Por: Pablo Gonzalez Diaz
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